“ARAKIS es un planeta desértico donde el agua escasea extraordinariamente. Sus habitantes los “fremanes” la tienen por sagrada y nunca la gastan sino “gota a gota”. Los fremanes consideran que llorar es “despilfarrar el agua vital” y llorar a los muertos un símbolo de estúpida prodigalidad. Incluso han inventado procedimientos para reciclar el sudor y la orina y así reconvertirlos en agua potable”.
Éste es el mundo que imaginó Frank Herbert en su célebre novela “Dune”, adaptada al cine por David Lynch en 1984. Película -dicen algunos- muy mala, mesiánica y sionista. Aunque para algunos otros la novela “Dune” es una de las mejores de ciencia ficción, para otros resulta una obra de querer y no poder.
A nosotros, dejando aparte consideraciones de orden literario, nos resultaría difícil imaginar tal situación. Nosotros, los que despilfarramos entre 8, 10 o 20 litros de agua cada vez que tiramos de la cadena. Quedan lejos aquellos tiempos en los que era preciso andar un largo trecho para llegar hasta la orilla del río, o sacar el agua con esfuerzo de algún pozo. Para la mayoría, pues, la visión de Frank Herbert, seguirá siendo ciencia ficción. Y sin embargo…
¿Qué sería de nosotros si llegase a faltarnos el agua?
Nuestro planeta está compuesto de agua en un 70%, igual que nuestro cuerpo (curioso, ¿no?). En nuestros cerebros dicha proporción alcanza el 80%. ¿No es razonable suponer que la alimentación debe incluir igualmente un 70% de agua?
Por una parte, el agua nos aporta ciertos minerales y oligoelementos. Además entra en la composición de los tejidos, siendo el integrante básico de todos ellos. El agua es además el constituyente esencial de los líquidos corporales: linfa, sangre, orina, saliva y demás secreciones. Por último, el agua sirve para transportar nutrientes, para regular la temperatura corporal, para transportar y eliminar las sustancias de desecho a través de los riñones, los intestinos, la piel y los pulmones.
. . .
Todos los días perdemos de dos a tres litros de agua. ¿Sabían ustedes que no es suficiente beber siete u ocho vasos de agua al día para cubrir las necesidades fisiológicas, y que la más provechosa de las aguas es la que contienen los alimentos? Pues, además del agua que bebemos y de la que contienen los alimentos, está el agua “metabólica”; el agua resultante de la combustión de los alimentos.
Para tener la seguridad de que cubrimos la demanda fisiológica, se recomienda consumir más frutas y hortalizas, que son los alimentos más ricos en agua. Esta agua nutricional es la que va a depurar el organismo, eliminando las toxinas tanto a nivel celular como en el nivel de los vasos sanguíneos.
El agua, además, transporta las sustancias que hacen posibles las diferentes reacciones bioquímicas en el plano celular. De ahí que: Se nos aconseja que el régimen cotidiano de alimentación debiera incluir un 70% de frutas y hortalizas, en comparación con el aporte de los alimentos que llaman concentrados como son las legumbres secas, los cereales, las carnes, la leche, etc. Y así, la sensación de sed después de comer, nos indica que el ágape estuvo falto de hortalizas frescas o frutas.
. . .
No es recomendable beber mientras estamos sentados a la mesa, y todavía menos inmediatamente después. No se debería beber nada durante los 15 minutos anteriores a la comida, ni dentro de las dos horas siguientes. ¿Por qué? Porque el agua impide la actividad normal de los jugos digestivos. Al diluirlos, perjudica la digestión de los alimentos, y esto significa que ha empeorado tanto la asimilación de éstos como la eliminación de los residuos orgánicos.
Siempre que bebamos agua debiéramos hacerlo a sorbos pequeños y muy despacio. Como si “comiéramos” el agua, de manera que fomente la secreción de saliva. Nunca tomar zumos de frutas en las comidas, a no ser que toda la comida haya consistido exclusivamente en frutas.
Aunque la novela “Dune” de Frank Herbert y su correspondiente adaptación cinematográfica llevada a cabo por David Lynch, sea lenta, carente de ritmo, con pausas narrativas y reflexiones que suponen un desafío a la paciencia de lectores y espectadores, es sin embargo un doble documento que estaría bien conocer. Muchas veces la ciencia ficción rasga los velos más insospechados. ¿Recuerdan ustedes “Un caso de conciencia” de James Blish, o “El fin de la eternidad” de Isaac Asimov; o “La mano izquierda de la Oscuridad” de Úrsula K. LeGuin? No se trata de invenciones libres de un poeta. Algo hay o habrá de mensaje subliminal.
Algunas veces la utopía es como aquel montañero avezado que nos ayuda a coronar no el Everest, sino las cimas futuribles de una Verdad, ésa que no sólo te hace recordar los nombres de tus amigos de infancia o el teléfono de un pariente, sino que adecúa y marca nuestro caminar (en este caso) hacia la salud.
César R. Docampo
============================================
No hay comentarios:
Publicar un comentario