UNO.
Cuando habíamos terminado de limpiar el patio grande y teníamos la cabeza desnuda al Sol, con la misma desesperanza que en nuestro primer día de números
(aquel primer día de sorpresa para el Cielo que ignoraba el santoral terrible y uniforme).
Aquel primer día de la segunda creación, en el que hubo multitud de santos vacantes...
Entonces, allí, en el silencio de la siesta, tuviste el primer vómito de sangre.
DOS.
Así comenzábamos la muerte
(algunos se sonreían).
Así comenzábamos el camino
(otros llamaban a sus madres).
Así, casi siempre, yéndosenos la sangre hacia la tierra, comenzábamos la muerte.
TRES.
Tú eras una mujer. Sabías que la vida es una cosa gravemente seria
(profundamente seria).
No era cosa de hacer una frase más...
Conocías tus brazos, y tus manos, y tus labios manchados de sangre, y te preguntabas:
"Son míos ahora, pero... ¿después? Cuando sólo como un recuerdo exista. Cuando nuestros huesos quietos y horizontales mediten en la oscuridad de la tierra. ¿Entonces, qué?".
Fuiste un cadáver anticipado, no quisiste la salvación. Continuaste. Sabías que la vida es una cosa profundamente seria y única.
CUATRO. Te recuerdo al volver, blanca y con tu negra cabellera que duró un instante. Fabricaste una pequeña almohada con tus cabellos y la olías alguna vez, por si la fragancia no hubiera desaparecido. Y así era, allí estaba, en tu memoria olorosa, cada día.
Y recuerdo el comenzar de tu ininterrupida muerte. _________________________
LA CAMPANELLA, Liszt. Al piano, Lang Lang. ... ... ...
En la biblioteca de Carlos Pinto Grote.
César R. Docampo
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