"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

viernes, 2 de agosto de 2019

EDUCAR PARA EL FUTURO


Fotograma de la película "El Club de los Poetas Muertos" (1989).






EDUCAR PARA EL FUTURO *
César R. Docampo
Catedrático de Filosofía del Instituto Aguilar y Eslava de Cabra (Córdoba)





CUALQUIER especulación sobre el futuro, desde las figuras literarias de Julio Verne y Edwar Bellamy, a los escritos filosóficos y humanistas de Jacob Burckhardt, Toynbee o Sorokin, resulta ser una tarea fascinante y, al mismo tiempo, obligada para quienes deben encarar una revolución profunda en el ámbito de la Educación. Aparte de cualquier metáfora heurística, este tipo de especulaciones puede sugerirnos probables  modelos para el futuro, sin limitarnos a un punto de vista estrecho o demasiado rígido. No cabe duda de que estas conjeturas sistematizadas sobre el futuro han de tenerse en cuenta a la hora de programar cualquier innovación en los campos educativos. Y ello no solo porque haya que tener en cuenta las demandas de la sociedad, sino también los elementos interrelacionados, en base a que no podemos soslayar esa interna coherencia entre la contextura sociopolítica y tecnológica de la futura España, y la educación que tal status demanda.
Quienes están más orientados a la herencia cultural, confían a menudo excesivamente, en la continuidad histórica y en la inercia de los viejos métodos educativos. El problema, naturalmente, reside en delimitar lo que cambia de lo que continúa, y en saber discernir lo que hay de contínuo en los cambios mismos, para acertar en la búsqueda de un sistema coherente en la tarea innovadora de una educación para los próximos años.
A este respecto, estimamos que la cultura española del futuro ha de ser empírica, más laica, más pragmática, más hedonista. Todo ello por la creciente opulencia (renta per cápita), la institucionalización del ocio y un descenso en la importancia conferida a las ocupaciones primarias. España va hacia una cultura de élites burguesas, burocráticas y democráticas en la que (sin pretender un ataque contra la ciudadela de los privilegios masculinos), la mujer alcanzará una equiparación legal frente al hombre, sin discriminaciones que todavía existen.
Se persiguirán valores de consecución personal, prudencia financiera, previsión comercial y mercantil, así como el éxito profesional. España está conquistando ya un modelo de hombre que no está dispuesto a ser responsable de los errores de una época; un modelo de hombre que rompe la tabla axiológica de otras etapas históricas, señor de su autonomía, y queriendo realizar su destino a su leal y saber entender.
En este orden de cosas existe la impresión de que los adolescentes de hoy están luchando y lucharán para definir e imponer nuevos modos de conducta que sean, de verdad, importantes para su vida. Nuevos hombres para una España de incertidumbres y contrastes. Una España que tuvo el boom turístico, está en el boom del desempleo, y necesita de imaginación y de coraje para que nuestra Constitución no se vea obligada a incluir aquella afirmación explicitada en la Constitución de Cádiz, de 1812, que se dirigía "a los españoles de uno y otro lado de los mares". Y es que hay dos Españas en distintos mares y, por medio, los Pirineos. A un lado, los señores; en el otro, los jóvenes que no aceptan nada "porque sí", porque lo diga la autoridad. Veamos: ¿ cómo son estos jóvenes?. Un análisis elemental descubre en los jóvenes una actitud tetradimensional: actitud de confrontación crítica; actitud anti-academicista; actitud ideológica izquierdista; y actitud religiosa secularizada.


Confrontación crítica

La visión del mundo por parte de la juventud está marcada por un fuerte racionalismo que no cree ya en los misterios y que, por consiguiente, lo quiere pasar todo por el tamiz de la crítica. Nuestra juventud tiene conciencia de que estamos en un momento privilegiado de nuestra historia, en el que muchas cosas pueden cambiar, y la fuerza social que los jóvenes puedan tener en este cometido se nos manifiesta a la base de una denuncia profética. La juventud se lanza a la calle, provocando disturbios, afrontando porrazos y, si es preciso, las balas, confundida en la acción de las propagandas más opuestas. ¿Están haciendo el juego de alguien? ¿Están pidiendo la Luna, como dijo Alfonso Guerra?. Debemos reconocer que, si no tienen toda la razón, sí tienen mucha razón. No pidamos a la juventud que cure las llagas de nuestra sociedad, pero tampoco le impidamos que nos las señalen con el dedo.


Antiacademicista

La juventud está poniendo en tela de juicio el absolutismo de los estamentos docentes. Pretende una reforma de los programas en función de las necesidades concretas, y una transformación, en definitiva, de toda la estrucutra cultural. Pienso, ante esta realidad, que debiéramos establecer dos principios:

PRIMERO: La educación no puede ser una trinchera para defender situaciones preestablecidas. Hay que reajustar programas. Hay que erigir sistemas nuevos de educación. Hay que favorecer en los jóvenes la libertad de exploración y experimentación, así como todo su potencial de creatividad.

SEGUNDO: Sería un gran error pretender formar a los jóvenes a imagen y semejanza de los adultos. Interesa ayudar a los jóvenes a ser ellos mismos y a preservar intacta su capacidad de renovación de la educación, la política, el mundo o lo que sea.


Ideología izquierdista

La nueva generación española es resueltamente socialista, en el sentido de que ve y cacarea los defectos y las alienaciones del capitalismo. Ahora bien; la lucha contra el sistema no es una lucha al estilo de los partidos políticos, sino llevando a la práctica formas de vida contrarias a los patrones de vida establecidos. Ello supone una negación existenciaria, en cierta manera, de las instituciones vigentes. La juventud habla un lenguaje crudo que irrita a los autoridades y desconcierta a los políticos, por lo que encierra de brutal rechazo a todo lo que hasta ahora era considerado como intocable e indiscutible: "¡ Eres joven, no te adaptes! ¡Ama, realízate! ¡ Dios también es yanki! ¡Paz, paz, paz!". Armas, fuego, bombas, candela... Eso es revolución. Y, en el otro lado, paz, flor, amor, sexo... Eso es, también, revolución. La juventud lo rechaza todo. Rechaza al sistema político de concentración del poder potenciado por la técnica. Rechaza a un sistema moral de normas insinceras. Rechaza al sistema cultural que instrumentaliza e impone el pensamiento y los afectos. No se trata de un conflicto generacional. Es un conflicto ideológico. Una ideología transformadora delas estructuras esclerotizadas. Una ideología izquierdista.

Religiosa secularizadora

La sociedad de consumo, el suficientismo científico y los procesos de liberación degradan, si no es que ultrajan, las actitudes religiosas. Inmersa en toda una constelación de intereses, arrebatos, utopías y otros sueños, la juventud española no le ve salida a una crisis que es tan viscosa y oscura como la orina de los pulpos, donde la idea de Dios es una idea degradada. Solo se ve lo cósmico, lo finito. Faltan las concepciones analógicas que podrían abrirse al ser infinito. O tal vez sea el desencanto ante el silencio de la providencia divina. Por otra parte, estamos asistiendo a un proceso de liberación. No es una liberación política, ni moral, ni psicológica. Se trata de una liberación ontológica, en cuyo esquema Dios resulta ser un estorbo. O Dios, o yo. Y como a mi yo no puedo renunciar, renuncio a Dios.
Vistas así las cosas, ¿ qué se puede hacer? Acude a mi mente la afirmación de aquel filósofo español, Jose Gaos. Afirma Gaos que hay dos exclusivas del hombre: la mano y el tiempo. Aunque también se pueden utilizar las patas, vamos a servirnos de la mano, señores del Gobierno. La mano es diálogo, generosidad. Si hay dinero para autopistas, centrales atómicas, fragatas, juegos olímpicos, exposiciones universales y demás artilugios, tiene que haber dinero para educación.
Hablando una vez con un profesional de la delincuencia, que se había pasado la vida de cárcel en cárcel, me decía: "Todo lo que el Estado está gastando conmigo en cárceles es porque no se lo gastó en educación; en educación, conmigo -decía él- no se gastó ni una chica". La LODE, sin dinero, es papel mojado. Cabalgará en mula mientras la sociedad fluye vertiginosamente.
¿Y el tiempo? El ritmo histórico parece situarnos en un tiempo nuestro. ¿Cuál es el tiempo nuestro? No es otro que el futuro. Hay y existe un futuro en la conciencia del hombre. Aunque estemos aferrados a la tierra y agarrados al presente, el futuro ha  de estar presente. Debemos insertarnos en ese futuro para acertar a dominarlo. Hacia él deben apuntar los métodos pedagógicos. El futuro debe estar presente en cualquier tarea educativa, de lo contrario, estaríamos olvidando que el mañana será el ayer, y nuestros alumnos e hijos correrían el peligro de convertirse en seres extraños en un mundo que les espera. No se educa a un niño para que continúe siendo un niño. El niño y el muchacho no son seres clavados en la infancia y juventud. Son seres en evolución, que solicitan saber comprender, ser adultos. Y, ante esta realidad demandada, la educación nunca debe ser un sistema rígido de verdades y valores depositados en un libro cualquiera.










*Este artículo recibió el Premio Córdoba Educación, convocado por el Diario Córdoba, en 1987, siendo entonces su autor, César Rodríguez Docampo, Catedrático de Filosofía del Instituto Aguilar y Eslava de Cabra (Córdoba).

jueves, 24 de enero de 2019

LOS VALLES DEL AMANECER






Puente romano. Ciudad Ourense, Galicia.



          Los ritos celtas, las apariciones en los cruceros de los caminos, las doctrinas priscilianistas y el retumbo de las olas contra las costas gallegas, fueron alcahuetes de la historia que vamos a narrar.
          Es la saga de una familia y los alterados amores del hijo, antes de llegar a  "LOS VALLES DEL AMANECER", la vida eterna.
          Hace de esto, algunos años...
              "PÓRTICO:  LA CRUZ DE MONTEALEGRE" 
               ================================== 
          Atrás quedaban los barrancos y los riscos, el humo de las aldeas, las trochas húmedas de los campos gallegos y el cansado gemir de los ejes de los carros, en lontananza, al caer la tarde. Quedaban atrás los amigos folloneros, un tiempo embarrancado en la miseria, y tantas cosas...: Mi doble vida y la oscuridad de un amor.
          Cuando llegué frente a los grises muros de nuestro caserón, retranqueado a unos veinte metros del camino, pude ver una divisa sobre la cancela de hierro: "Finca del Conde", decía, asomando cuatro balcones de piedra y un escudo bien labrado. Al cruzar la cancela había un jardín. En él, un hórreo, dos palmeras desiguales, más un estanque de musgosa piedra entre afilados juncos. Sobre éste se vertía el agua luminosa y musical de un caño, como si fuera el responso de un abad bonachón. El resultado era un espacio cristalino, sereno y claro, contra la furia de los tiempos, espejo al que se asomaban los amos y los criados, cada amanecer y cada tarde.
          A la izquierda del pazo estaban las cuadras, cuyos orines discurrían hacia una charca oscura. En el otro lado asomaba el pajar, testigo de cientos y cientos de horas muertas. Más allá había cerezos cargados de rojos abalorios, viñas bien sulfatadas y almiares de hierba seca sobre una pradera hendida en dos mitades por un regato que iba a esconderse a la sombra de los alisos y abedules, en la finca del Sordo  (hoy Ciudad de Pombeiro), un bosque de suave voz.
          Estaba yo en la hacienda de mis antepasados. Entre las cachondas curvas de la Carretera de la Granja y la  campechanía de otras tierras mejor trabajadas y más listas, que recibían el nombre de Regueirofozado, La Marquesa, Rabo de Galo, o Mariñamansa. Y en la cima de los montes, bendiciendo a la ciudad de Auria, sobresalía la Cruz de Montealegre; Tótem o altar  (no se sabe) encaramado sobre un peñasco de granito. Nos recordaba  (decían) la historia o leyenda de un amor fenecido allí en trastornado crimen.
          Hacia esa Cruz de Montealegre había dirigido yo la mirada, cuando escuché el relincho de un caballo, como si algo, de orden sobrenatural, hiciese acto de presencia. Pero no. Enseguida me di cuenta. Era un quejido que nacía de la tierra. Igual que la vibración magnetizante del amoroso cantar de una tórtola, haciéndose presente la lejanía de los bosques. Todo lo demás estaba en silencio.
          Comencé a subir aquella escalinata de amplios y duros escalones. Me pesaban los pies. Se abrió el portón y apareciste tú con una batín transparente, calzando almadreñas. Nos abrazamos sin palabras, como dos que hubieran perdido la memoria. Tus padres estaban de viaje y la sirvienta había acudido al monte con el almuerzo para los criados que trabajaban vuestra hacienda. Eso dijiste. Y añadiste que teníamos que hablar.
          -¡A eso vengo!  -contesté.
          Cerramos el portón. Me cogiste de la cintura. Y, sin cruzarnos una frase, recorrimos un largo pasillo de maderas machihembradas, hasta llegar a una galería fantasiosa de luz y cristales. En aquella calma aparatosa reposaban seis butacas de mimbre, una mesa de nogal y un arcón de anchos flejes, claveteado con dorados pernos. Por la pared se distribuían (sin concierto), dos escopetas, un oxidado arcabuz, y grandes fotos retocadas de tus padres y abuelos. Parecían momias con la voz del silencio. Los varones lucían ostentoso mostacho, cual arrogantes caciques de aldea. Algunos habían andado por las Américas. Así lo atestiguaba un Corazón de Jesús con el mapa de Cuba a sus pies. Y era el paso de los años, igual que un festón sin contornos, quien parecía haberse detenido en una casa de labranza, resucitando el brillo de embusteras valentías.
          Resonaba el silencio. Suspiraste. Y dijiste:
          -La otra noche soñé pesadillas. Te lo juro. Había una estrella que se deshacía en pedazos. Tienes que decirme la verdad aunque se hiele tu sangre. ¡Sé franco! ¿Fuiste tú?
          Resultabsa difícil contarlo. No era fácil encontrar las palabras para no incurrir en una cháchara palurda, y que fuera cabal aquel conjunto de cosas que habían sustanciado una cierta noche: Mi venganza y su impecable impulso.
          Respiré despacio, llevando la mirada hacia los montes, hacia la indescifrable Cruz de Montealegre. Y, exhalando con afectación, dije:
         -También yo tengo pesadillas. Si te contara los signos, podrías saber que en todos aparecéis mi padre y tú.
          Hubo otro silencio. Estaba yo dispuesto a contarlo todo, pero algo se cuajó dentro de mi conciencia. Desde la lejanía de los bosques, volví a escuchar el canto embrujado de la tórtola, no alcanzando a distinguir si era un perdón para mi alma, o la presencia del alma del difunto en pena...
          Andaban en el portón.
          -Es Rosiña, que vuelve del campo  -dijiste.
         Se aproximaban pasos juveniles por el largo pasillo y enseguida apareció Rosiña con un cesto de salzmimbre en la cabeza.
          -¡Buenas tardes!  -dijo, la mano izquierda en el cuadril y corriéndole el sudor por el pescuezo hasta los pechos temblones.
          -Sírvenos café con aguardiente  -ordenaste.
          -¿Y luego?  -exclamó Rosiña- ¿No van a comer?
          -¡Haz lo que te han dicho!
          -¡Lo que usted mande!, respondió Rosiña. Y dióse media vuelta enseñando dos piernas mozuelas pintorreadas de estiércol y el rastro de unos mocos en el mandil de franela.
          El tiempo se lentificaba. Después de tomar el café, y cuando Rosiña se había ido a pastar  el ganado, terminaba la hora de la siesta. Por el camino que bordeaba la finca, oímos cruzar un carro renqueante y el silbo bien afinado de un hombre. Estábamos nosotros enredándonos con zalamerías, mimos, besuqueos y sensuales claricias. Iba yo descubriendo que estabas penetrada por calenturones e incalmables apetencias. Sonaron golpes. Crujían , a descompás, las maderas. Cuando te llevaban en andas, cuando te subían a las altiplanicies, cuando supe que eras débil, que eras mía, fuiste abrazada con desenfreno. <<Loco, estás loco, estás loco...>>, decías, pero trinabas. Fue así cómo aquellos retratos de mirada imbécil  (que no eran amuletos para ahuyentar desgracias), presenciaron tu jadear, ayes silentes y gritos de placer.
         En la lejanía del bosque  (alfaguara del amor), se oía el canto embrujado de la tórtola.
         Pasó un largo rato. Por fin abriste la boca y éstas fueron tus palabras:
          -¡Estoy desnuda!
          Ibas a llorar.
          -¡Ca, no me llores!  -expuse-. Es de mal agüero. A la mujer hay que varearla, tú me entiendes. Dicen que trae buena suerte para la hacienda y los amos.
          Nada repusiste; ni que sí ni que no. Eras un cuerpo desmadejado y estaban arreboladas tus mejillas. Te estiraste descocadamente, exclamando:
          -¡Soñador!  ¡Ooohhh...!  ¡Eres un inmoral!
          Fui a besar tus labios como ademán de despedida. Pero tú suplicabas: ¡No te vayas de mi vera! ¡No me dejes! ¡Tengo que decirte que...!
          Iba yo alejándome por el pasillo. Escuchando: "Vas a morir".
          -¡Lo sé!
          Y tú farfullabas: 
          -¡Fementido!  ¡Cobarde!  ¿Por qué te vas de mi vera?.
          -¡Para que crujan las meretrices! -grité.

          Al bajar por la escalera, no me llamaron la atención las madreselvas. El ganado y los perros andaban en la pradera con Rosiña.
              Estaba atardeciendo. Volví a fijarme en la Cruz de Montealegre, asomada a la ciudad de Auria. La bañaba un sol de azafrán. Era el sol de un dios alucinado como aquel vampiro comediante que todas las mañanas asomaba la nariz por la finca del tio Conde de Bazal, y siempre, al atardecer, se retiraba a dormir en los montes de Piñor, más allá de San Benetiño da Cova do Lobo, mirando a un pueblecito al que llaman Pelequín.
          El hórreo, el caño del estanque que desgranaba su cuento de cristal, las palmeras y también los mosquitos, daban vueltas, vueltas..., como si yo me hubiese perdido en una adensada selva. Delante del hórreo, a metro y medio del suelo, vi una Luz. Era una fuente de luz azulina espesándose hasta convertirse en un esfera. Y noté que aquella luz esférica estaba viva como si fuera un ser inteligente que correspondía a mi presencia. Por ello fui audaz y le pregunté:
          -¿Quién eres?.
          -Soy tú mismo. ¡Asómate!
          -¿A dónde?
          -Al espejo del estanque.
          Así lo hice. Y, en aquel líquido sereno y claro contra furia de los tiempos, espejo al que se asomaban los siervos y los amos, cada amanecer y cada tarde, allí se reavivaba un universo de altísimas cumbres e increada luz: mis cabellos, mi frente, el delirio de mis ojos, la nariz física, las orejas tenaces, la claridad cenital de mis pómulos, mis labios más rojos que la sangre de los bueyes, mi rubia y joven silueta en los arenales ardorosos de absurdos sueños..., eran el reflejo de un firmamento estrellado. E, igual que Narciso, aquel bellísimo doncel, hijo de un río y de la ninfa Liriope, me enamoré de mí.
          Porque estaba anocheciendo. 

César Rodríguez Docampo.