“MALA GENTE QUE CAMINA … y va apestando la tierra”, escribió un día don Antonio Machado.
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He leído lo escrito por Loren (“El auto de Garzón es algo saludable”), así como sus reflexiones sobre aquella España de los cuarenta, años feroces del hambre, las cartillas de racionamiento, el estraperlo y la represión.
He leído con todo respeto las sugerencias e ideas que despertó en la mente de Loren la lectura de “Mala Gente que Camina”, esa novela histórica de Benjamín Prado, que escribe tras un reportaje en TV-3 de Catalunya.
Y he leído también la respuesta y análisis de Alvallo, prosa hidalga y clara, invitándonos a pasar página y a vivir no en el desasosiego, sino en la esperanza. Con cuatro pinceladas, y en clave, nos dibuja Alvallo algún asunto, algún desangre de nuestro historia campillera. Viene a decirnos que no se puede ser recalcitrante ni empecinarnos en cultivar la protesta y la denuncia.
Lo que Alfonso Valencia Lozano nos sugiere es que no podemos vivir constantemente en un círculo o balance de odio y resquemor. Porque aquella guerra fratricida, de imprecisos límites, no debiera atarnos en el desasosiego. No vamos a estar viéndola siempre desde el ángulo del soldado, en un permanente cuerpo a tierra.
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Lo escrito por los dos, Loren y Alvallo, es digno de, por lo menos, invitarnos a pensar.
“Mala Gente que Camina” son dos novelas en una. O, dicho de otra forma: Siguiendo el formato narrativo de las cajas chinas, es una historia dentro de la Historia. Es la historia de una novelista (Dolores Serma, novelista que nunca existió, pero amiga de Carmen Laforet), narrando unos hechos que desgraciadamente sí existieron: De 25 a 30 mil niños despojados de sus madres por indicación del psiquiatra Vallejo Nájera.
Otro psiquiatra, Carlos Castilla del Pino, en el volumen II de sus Memorias expone una cita de Eugenio Montes a propósito de estos temas sobre nuestra guerra civil, donde dice:
“Cuando como tú se ha llevado a centenares de compatriotas a la muerte, y luego se llega a la conclusión de que aquella lucha fue un error, no cabe dedicarse a fundar un partido político. Si se es creyente, hay que hacerse cartujo; y si se es agnóstico, hay que pegarse un tiro”.
Ortega y Gasset (lo que no sabe la gente) aspiró a ser ministro de Franco y cobraba la jubilación de su cátedra por su silencio. Gregorio Marañón, el supuesto liberal, en su obra “Amor, convivencia y eugenesia”, viene a sostener ideas muy similares a las de Vallejo Nájera, resonancia en lejanía del idealismo platónico y el nacismo alemán.
En la cátedra de Historia de España de la Universidad Complutense de Madrid, D. Antonio Rumeu de Armas, nunca nos habló de la Guerra Civil. ¿Por qué?
¿Acaso no podría ser cierto que, sobre nuestra guerra civil todavía no conocemos la Verdad, tan sólo la verdad a medias? ¿Acaso no es cierto que la UNESCO sigue buscando historiadores imparciales para escribir sobre la Guerra Civil española, y sobre la II Guerra Mundial?
Y un dato para Loren:
Franco, a su chófer, nunca le regaló un coche. ¿Sabe usted lo que sí le regaló? El carnet de Periodista, servido por D. Pedro Gómez Aparicio, punto primero. Segundo: Franco sólo firmó sentencias de muerte en Burgos, y lo hacía por las mañanas a la vez que desayunaba café con churros.
César R. Docampo
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