¿QUÉ NOS ESPERA EN EL TRANSCURSO DE LOS AÑOS?
El destino del Universo a largo plazo no es previsible. Al menos por ahora. Si su masa total es superior a un cierto valor crítico, al cabo de un tiempo más o menos largo, la fase de expansión llegará a su fin. La materia que forman las galaxias, las estrellas, los planetas, todo esto será comprimido hasta convertirse de nuevo en un simple punto matemático que anulará el espacio y el tiempo.
Todo volverá a la nada.
¿Existe alguna conclusión que extraer de esta observación del destino cósmico? ¿Qué se puede pensar de un Universo situado entre dos nadas?
Pues que el Universo no tiene el carácter del Ser en sí. Supone la existencia de otro Ser, situado fuera de él. Y si nuestra realidad es temporal, la causa de esta realidad ha de ser ultratemporal, transcendente al tiempo y al espacio.
Y entonces ya estamos muy cerca de ese Ser al que la religión llama Dios. Pero acerquémonos un poco más: entre las diferentes constataciones científicas establecidas sobre lo real, existen tres que sugieren con fuerza la existencia de una entidad que transciende, es decir, que se encuentra más allá de nuestra realidad.
PRIMERA:
El Universo aparece como acabado, cerrado sobre sí mismo. Si lo comparamos con una pompa de jabón que abarque todo, ¿qué hay a su alrededor? ¿De qué está hecho el exterior de la pompa? Es imposible imaginar un espacio exterior al espacio y que lo contenga. Desde un punto de vista exterior al espacio, un exterior así no puede existir. Luego estamos obligados a colocar más allá de nuestro universo la existencia de “Algo” mucho más complejo: una Totalidad en el seno de la cual nuestra realidad está, en resumidas cuentas, inmersa. Algo así como una ola en un inmenso océano.
SEGUNDA:
¿Es necesario el Universo? O, al contrario: ¿Existe un determinismo superior a la indeterminación cuántica? Si la teoría cuántica ha demostrado que la interpretación probabilista es la única que nos permite describir lo real, debemos concluir de ahí que, frente a una naturaleza irresuelta, debe existir, fuera del Universo, una Causa de la armonía de las causas, una Inteligencia discriminante, distinta de ese Universo.
TERCERA:
El Universo parece construido y regulado (¡con una precisión inimaginable!) a partir de algunas grandes constantes. Se trata de unas Leyes, de unas Normas invariables, calculables, de las que no se puede saber por qué la Naturaleza escogió esos valores en lugar de otros.
Se debe asumir la idea de que, en todos los casos, con valores diferentes del “milagro matemático” sobre el que descansa nuestra realidad, el Universo habría presentado los caracteres del caos absoluto: Una danza desordenada de átomos, que se juntarían un instante y se separarían al instante siguiente para recaer sin cesar en sus insensatos torbellinos.
Pero, puesto que el Cosmos nos remite a la imagen de un orden, este orden nos conduce, a su vez, hacia la existencia de una causa y de un fin exteriores a él: ¿Sería nuestro Creador? ¿Se le puede llamar Dios, principio y fin de todas las cosas?
CONCLUSIÓN:
Luego, al menos, podemos ver el Cosmos o Universo como un mensaje expresado en un código secreto, una especie de jeroglífico cósmico que acabamos de empezar a descifrar. Pero, ¿qué es lo que hay en ese mensaje? Cada átomo, cada fragmento, cada grano de polvo existe en la medida en que participa de un sentido universal.
Así se descompone el código cósmico: Primero la Materia, después la Energía y, por fin, la Información. Nos preguntamos: ¿Hay algo aún más allá? Si aceptamos que el Universo es un mensaje secreto, ¿”quién” ha compuesto el mensaje? Si el enigma de ese código cósmico nos ha sido impuesto por su autor, ¿no forman nuestros intentos de descifrarlo una suerte de trama, de espejo cada vez más nítido, en el cual el autor del mensaje renueva el conocimiento que tiene de sí mismo?
. . .
Hace ya 66 años que Henri Bergson se extinguió. Estaba obsesionado, como todos los filósofos, por la última interrogación. Y así había murmurado estas extrañas palabras:
“El Universo es una máquina de hacer dioses…”
Y dicen que éste fue su último aliento.
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Próxima colaboración: “¿Es el Universo, o hay en el Universo una Inteligencia Matemática?”
César R. Docampo |
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