... ALCABO DE LOS AÑOS:
Hablando de empresas, de capital no fungible y asalariados, no podemos olvidar al “buque insignia” de Campillos en aquellos momentos. Me refiero al “Colegio San José” y sus “argonautas” los hermanos Macías. Sí, he dicho “argonautas” (según la mitología griega, fueron aquellos héroes que, capitaneados por Jasón, se embarcaron en la nave Argos en busca del vellocino de oro).
El Colegio San José publicitó a Campillos en toda España y parte del extranjero. Creó riqueza, originó puestos de trabajo y, lo más importante, propició que los hijos de las clases menos pudientes pudiesen cursar una Enseñanza Media de alto nivel, sin salir del pueblo ni costarles nada.
Muy lejos, a cientos y cientos de kilómetros de Campillos, el Colegio tenía su leyenda: Que si era un correccional; que si había una hoja de castigos y se repartían de vez en cuando bofetones. Pero acontecía que muchos padres era eso precisamente lo que ellos buscaban. Por aquel entonces la Enseñanza Media consistía en un bachillerato de 6 años con dos Reválidas más el Preuniversitario con otra prueba para ingresar en la Universidad , prueba bastante más dura y exigente que las actuales pruebas de Selectividad. Eran otros tiempos de más seriedad y responsabilidad en la enseñanza. Como he dicho, para aprobar el Bachillerato superior era necesario superar dos reválidas con un nivel de exigencia muy fuerte, especialmente en asignaturas como el latín y las matemáticas, que se hacían difíciles de aprobar.
Ahora bien; Unos padres quieren que sus hijos superen todos los escollos y vayan preparados a la Universidad. Y entonces, por lógica, buscan un nivel de exigencia, no coladeros. Los padres saben bien que a sus hijos, el día de mañana, les espera una sociedad muy competitiva donde, el que se quede atrás, es comido por los lobos. Y entonces, esos padres que buscan lo mejor para sus hijos se preguntan: ¿Dónde se trabaja? ¿Dónde exigen? ¿Dónde hay que esforzarse? ¿Dónde te zurran si no rindes? ¿En Campillos? ¡Pues venga Campillos! (…) En aquellos tiempos, además, en todos los pórticos de los centros de enseñanza, más o menos explícito, existía un lema que decía: “La letra con sangre entra”. Y yo pienso que, sin este espíritu de trabajo y sacrificio, los más grandes edificios y logros de la cultura humana serían inconcebibles.
El Colegio San José de Campillos, en las décadas de los sesenta y setenta llegó a ser uno de los colegios de más prestigio en todo el suelo español. Hablo con las tablas de la Ley Oferta-Demanda en las manos. Con 2.500 alumnos internos procedentes de todas las partes de España: de Andalucía, Valencia, Madrid, Cataluña, Castilla La Mancha , Extremadura, Salamanca, etc. Un 60% de las mejores familias de Madrid hacia abajo solicitaban plaza en el Colegio San José de Campillos. Si para ellos Campillos entonces era lo mejor, es que era lo mejor para ellos, y eso habrá que admitirlo, sin desdeñar otras formas de enseñanza.
Estudiar en Campillos era un lujo caro. Incluso para conseguir plaza, muchas veces se precisaban buenas recomendaciones. Aquello de que los padres enviaban a sus hijos como castigo para que los enderezasen, tenía bastante de mito. Yo tuve en mis clases muchísimos alumnos, extraordinarios alumnos en educación, conducta y saber. De todas partes, desde Algeciras hasta Salamanca y Valladolid. Y me consta que, muchas veces, eran los alumnos quienes solicitaban estudiar en Campillos conscientes de que allí se formarían mejor para triunfar después. Recuerdo dos casos entre otros muchos:
José Mª Valderrama Vega, hijo de Juanito Valderrama y actualmente secretario de Ayuntamiento en Torredelcampo (Jaén), porque su padre andaba siempre por esos otros mundos sin frenos en las ruedas, a su antojo, cual si fuera “El Emigrante” de su canción, su hijo José María –así me lo dijo él- solicitó ir a Campillos, casi contra la volutad de su padre, y después de treinta y tantos años guarda los mejores recuerdos del centro, del profesorado y compañeros.
Carlos Herrera Santamaría, hijo de D. León Herrera y Esteban, general jurídico militar del Ejército del Aire, entonces Director General de Empresas y Actividades Turísticas con Manuel Fraga, después Director General de Correos y Ministro de Información a la muerte de Franco, es otra muestra de un alumno que, pudiendo estudiar en los mejores centros de Madrid, él mismo solicitó en casa que lo enviasen al Colegio San José de Campillos. Carlos Herrera tiene un hermano gemelo que se llama León y que por aquel entonces lo superaba académicamente; y entonces Carlos, para no quedarse atrás, él mismo le dijo a sus padres que lo mandasen a Campillos. Carlos Herrera Santamaría hizo Derecho, trabajó como jurista del BBV y acaba de jubilarse muy joven, como es común en la Banca. Dice tener recuerdos entrañables del Colegio San José. No comparte la idea de que el colegio fuese un correccional. Afirma que en Campillos, sí, pasó algo de frío, pero que allí le enseñaron a estudiar y que, si volviese a revivir, volvería a Campillos.
Se cuenta que una vez se acercó un padre a Campillos para ver a su hijo un sábado por la tarde. El hijo estaba castigado por culpa de uno o dos suspensos. En el Colegio San José de Campillos, las notas eran semanales. Pues bien; cuando ese padre llegó al Colegio, saludó a D. José y solicitó ver a su hijo, el director le dijo que no podía ser.
-¿Cómo? ¿Qué yo no puedo ver a mi hijo?
-No, y lo siento -le respondió el Director-. Su hijo está castigado porque tiene dos suspensos.
Aquel padre se fue algo disgustado. Por el camino hacia su casa lo fue pensando más despacio y comprendió que tal vez ésa era la pedagogía más acertada y precisa para que la juventud creciera en responsabilidad y reciedumbre. Y se lo contó a todos sus amigos. Aquel padre vivía en Salamanca, era diputado en Cortes, se llamaba Jesús Esperabé de Arteaga. Su hijo era alumno mío en Griego. Un chico fantástico: delgadito, muy fino y cortés. Pero vivaracho y listo. Lo había cogido con las mejores chuletas que yo me podía imaginar. Durante un examen observé que él tenía sobre el pupitre seis o siete bolígrafos Bic de pasta blanca y forma exagonal. Cogía uno y luego otro y otro…, como si estuviera pensando, ordenando las ideas antes de escribir. Me llamó la atención tanta tranquilidad, focalizada en observar un bolígrafo y luego otro y otro más. Me acerqué, elegí uno al azar, lo estudié y al momento me di cuenta de que era una formidable chuleta. Las seis caras de cada boli, a todo lo largo, estaban plétoras con el enunciado de los verbos polirrizos en griego, grabados con un alfiler. ¡Una obra de arte! Me recordó (si ustedes se acuerdan) al “Carromato de Max” en Mijas (Málaga) y sus miniaturas, donde en una lenteja o el canto de una tarjeta de visita, podías leer desde el padrenuestro hasta la Constitución de no sé qué país.
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