KONRAD EBERHARDT
CRITIQUE DE CINÉMA-MEMBRE
DE LA SECTION POLONAISE
DE LA FIPRESCI
-¡Conocer A N D A L U C Í A!
ANDALUCÍA, EL MITO DE LA FELICIDAD.
Cuando se dice que los asnos prefieren la basura al oro, y los hombres el oro a la basura, esto demuestra que la auténtica naturaleza de las cosas suele estar oculta, y no sólo porque el mundo estrene cada mañana un nuevo sol, como decía Jenófanes.
Cuando Konrad Eberhardt le dijo a Fraga que el mejor recuerdo que le gustaría llevarse de España era conocer ANDALUCÍA, ¿qué quiso decir? ¿Qué esperaba encontrar en esta tierra? ¿Qué y quién habló valiéndose de los labios de Konrad Eberhardt? ¿Era su inconsciente o acaso existan mitos ancestrales, esa huella de un pasado que se resiste a desaparecer?
“Era el atardecer cuando llegó el mensajero”, así comienza Demóstenes su gran discurso, el “Pro Corona”. Para los atenienses siempre atardecía allá lejos, sobre la vertical de Las Hespérides (España), en Andalucía. ¿Qué era o significaba entonces Andalucía en el Oriente y en Atenas, cuna del saber occidental? ¿Es, pues, la historia y esencia de Andalucía un algo importante, quizás mistérico, o es tan sólo un cuento para hacer dormir a los ratones?
Yo no lo sé.
Sabemos que el hombre siempre ha imaginado sus aventuras y ha soñado siempre su bienestar. Esto explica que aquellos mercaderes fenicios, focenses, jonios y etruscos navegaran desde el siglo VII A.C., persiguiendo aquella soñada quimera de la riqueza occidental: Tartessos (“País de Tarschich”), una realidad específica, una ciudad o Estado o tal vez una confederación de pueblos (hoy Andalucía, no se sabe), sin historia, regidos por una monarquía de longevos Argantonios. Un país (según cuentan) fértil en toda clase de frutos, abundante en ganados, rico en oro, plata, estaño y hierro. El Oriente situaba en Occidente el mito de la felicidad, en especial a partir de aquel venturoso viaje de Kolaios de Samos. Si mil fueron los caminos para llegar a Tartessos en Andalucía, el viaje de Konrad Eberhardt era el mil uno, en andas de la cadena hotelera Meliá.
Konrad Eberhardt no podía irse de España sin visitar Ronda, a la que le dicen “La Bella Tapada” y también ”La Ciudad de los Ensueños”: No sólo la plaza de Toros de la Real Maestranza, las murallas y Puertas de Almocábar y de Carlos V, La Puerta del Viento, la Iglesia Rupestre de la Virgen de la Cabeza, el museo arqueológico, los palacios de Mondragón, de los Condes de Santa Pola, del Marqués de Salvatierra; los Baños Árabes, el hotel Reina Victoria, la Alameda del Tajo y Plaza de España. Desde aquí, mirando al Este, Konrad Eberhardt divisó la Sierra de las Nieves donde se encuentra el punto más alto de toda la provincia de Málaga y donde nace el río Guadalevín, que va recogiendo aguas de otros arroyos (Arroyo Negro, Arroyo de las Culebras) que movieron los molinos del Tajo durante siglos, fustigando las paredes de su lecho en los embravecidos inviernos, llevándose más de una pena hasta desembocar con otro nombre (Río Guadiaro) cerca de Gibraltar.
Ronda como también Grazalema habían sido escondrijos de bandoleros, joyas literarias de Andalucía. La joya andaluza la encontró Konrad Eberhardt, al final, en Granada. Su Alambra iluminada por las noches.
Tras las hondas zozobras de un cante jondo y el embrujo de unas palmas engatusando a esa “faraona” que se retuerce y duele dentro de sí, Konrad Eberhardt se turbó, se estremecía en la contemplación y peripecia de una gitana casi niña seducida y embaucada hasta el último trance, entre jaleos y palmas, desgreñándose, rajándose de piernas y, alegóricamente, ofrecciendo su sexo a todos los allí presentes, en un grito final.
Después de haber visto tantos restos arqueológicos, los cimientos y vestigios de un subsuelo fenicio, romano, judío, visigodo o árabe, Konrad Eberhardt, disfrutó el privilegio de escuchar y poder hablar con la piedra sobre otras historias: historias sagradas y humanas acerca de descubridores, abasíes, abderramanes y marqueses, familias de abolengo, mecenas y vinateros. Reliquias sobre las que Andalucía, poco a poco, había ido cincelando un nuevo rostro o “malla” de modernidad, con nuevas calles y rúas sin aguas fecales, hermosas avenidas radiantes de palmeras, jardines y algún que otro edificio de metacrilato.
Esto había visto Konrad Eberhardt, pero sólo eso no era Andalucía.
Historiadores, economistas, sociólogos y también pintores (no digo políticos que no saben más que arañar y emborronar la superficie), todos pintaban lo aparente, cuando Andalucía es mucho más que su estampa. Por cierto, las postales andaluzas se hacían en Zaragoza.
¿Qué vio Konrad Eberhardt en Andalucía para que a su regreso nos dijera “es la región más bonita de Europa”? Pues que no la vio entera, en todas sus estancias.
Por supuesto que no vio el paro, ni los problemas de infraestructura, ni la conflictividad laboral o el aguante y sufrimiento de unas gentes que todavía no vivían como debieran vivir. No vio las manos viriles, callosas y endurecidas de nuestros braceros. Tampoco a esos empresarios agrícolas que las pasaban canutas agobiados por los créditos o la mala comercialización. K. Eberhardt no se montó en un oxidado y viejo tractor, ni tampoco vio los tábanos aguijoneando a esa vieja yegua que ya no ara los campos. Tampoco conoció aquellos interminables caminos y recovecos construidos por las cabras, bandoleros y estraperlistas.
Quiso conocer Andalucía. Ganó algunos kilos. Disfrutó. En eso quedó todo. Mientras, en la Cruz Blanca de Campillos todas las mañanas seguían acudiendo los obreros que habían madrugado no para pedir milagros, sino esperando a los manijeros que venían a ofertar y subastar trabajo. Los obreros cobraban en reales, después en pesetas más un pan con algo de aceite y tocino. Y sin más cuentos, aunque todos tuvieran la misma tierra bajo los pies, ya teníamos a la población y a los hombres divididos por el resentimiento y el dinero.
Para hablar de esa otra Andalucía que no había conocido un periodista polaco, hacía falta –pensamos- la inspiración de los poetas y que nos ofrecieran el otro rostro más allá de las castañuelas y de las danzas folklóricas, más allá de la pereza atávica, la dieta del gazpacho y el pescado frito.
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A 28 de Febrero de 2010, en EL DÍA DE ANDALUCÍA.
¡VIVA ANDALUCÍA! Bendita tierra de mi mujer (Ascensión Padilla Recio, q.e.p.d.) y de mis hijos, César Leopoldo y Noelia.
César R. Docampo
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