LOS PUENTES ROTOS.
Un abismo divide a una generación de otra. Una distancia insalvable separa a los padres de sus hijos. Ahora bien; pienso que es más fácil que los padres comprendan a los hijos (porque antes de madurar fueron jóvenes) y no los hijos a los padres, ya que aquéllos nunca pasaron por la angustiosa situación que agobia a los adultos.
Es cierto que existen diferencias de ambiente (costumbres, cultura) determinadas por el progreso de los tiempos. Y también es cierto que ese avance, ese proceso de evolución lenta, tuvo lugar a medida que los mayores fueron creciendo en edad, y, al paso de su desarrollo, asimilaron las innovaciones y se adaptaron a los nuevos aspectos que presentaba la transformación natural que sufren las diversas épocas. Es un simple mecanismo de homeóstasis.
Los jóvenes, en cambio, nunca pasaron por esta experiencia. De donde se deduce que los adultos merecen por lo menos tanta consideración y comprensión como los jóvenes. Si la juventud es el futuro, los adultos son el presente. Y, sin presente, es imposible edificar el porvenir, porque toda construción se sustenta en sus cimientos.
Es injusta la actitud de algunos jóvenes, frente a los adultos, cuando les califican de "viejos fósiles", "puretas", etc. ¿Por qué? Porque se afirma que la juventud aboga por un mundo de más justicia, de más respeto a la persona humana, de más autenticidad y cultura para todos, de más diálogo. Sin embargo el adulto suele ser más responsable y serio, mientras que, en gran parte de la juventud, no se ven más que atropellos y arbitrariedades.
En todas las latitudes, los jóvenes se rebelan contra las normas establecidas, el "stablishment". Los jóvenes afirman que todo está en crisis, y acaso no les falte razón en esta acusación general, si se incluyen -en élla- a ellos mismos.
La juventud ha destruido todos los puentes: ha roto el puente que liga al pasado y da sentido de continuidad a nuestros actos; quiere derribar el puente que une a una generación con otra y explica la superación de etapas pasadas; quiere socavar los cimientos del puente de la cultura y las costumbres que sustentan la histórica evolución de los tiempos; quieren dinamitar los puentes de la moral, de la ética y de la religión, para encontrarse ¿con qué?. No saben. No están contentos con nada, no les repugna su propia intimidad, y han perdido la fe en el futuro. Ante esta situación tan caótica, vale la pena preguntar: ¿Qué quieren los jóvenes? ¿De qué se quejan? ¿Por qué protestan? ¿Cuál es el ideal que persiguen? Nadie, que yo sepa, ha dado respuesta satisfactoria a estos interrogantes.
César R. Docampo.
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