El cielo exuda una serena luz matinal. En las alturas, un negro pájaro de metal bate sus alas. Con un rápido movimiento su vientre se abre. Y arroja un ser tenebroso que cae y, antes de colisionar con el suelo, estalla. Un destello volcánico fulmina el aire. Una nube adquiere la forma de un hongo, y estira su cuello enceguecedor hasta los 15.000 metros de altura. Dentro de la nube-hongo, la temperatura oscila de los 1800 grados centígrados, en la superficie, hasta los 300.000 grados en el centro.
En Hiroshima el 6 de agosto de 1945, víctima de la luz asesina de la bomba atómica, murieron 140.000 personas. Tres días después, en Nagasaki perecen, en un catastrófico instante, otras 74.000 personas. Muchos otros miles habrían de morir bajo los estragos de las heridas o la radiación en los siguientes días, meses o años.
La bomba arrojada sobre Hiroshima por el "Enola Gay", un B-29, poseía tres metros de longitud y un peso de 3.600 kilogramos. Estalló a 580 metros de altura. La discusión nunca será cerrada definitivamente. ¿Fue necesario el uso de los fatídicos artefactos nucleares sobre las ciudades japonesas atestadas de civiles indefensos? Los bombardeos convencionales de la fuerza aérea norteamericana sobre Tokio, u otras urbes japonesas, eran demoledores. Se empleaban bombas incendiarias. Muchas casas de madera eran adecuado pasto para los dragones del fuego que, así, rápidamente trituraban miles de hogares y personas. Para algunos, el efecto devastador de los bombardeos convencionales habría obligado al Japón a su rendición en unos pocos meses. Pero se decía que la invasión terrestre sería la única forma efectiva para doblegar a un todavía orgulloso imperio del sol naciente. Las bajas norteamericanas en esa operación se estimaban entre 25.000 a 46.000 soldados. Pero hoy resultan más nítidas otras razones para el uso de la sanguinaria pirotecnia radioactiva. La explosión de las bombas atómicas era un mensaje para la Unión soviética, una señal para que los soviéticos advirtieran el creciente poderío militar norteamericano y para que pusieran un freno a sus posibles planes de expansión en Europa del este.
En este momento de la Galerías históricas de Temakel, presentamos varias imágenes que recuerdan la masacre nuclear en Japón junto a un texto de la historiadora británica Joanna Bourkre, catedrática de historia del Burfkbeck College. En estas líneas se recrea, mediante testimonios de sobrevivientes y la reconstrucción de los hechos, la fatal matanza donde un paradójico progreso tecnológico vomitó el espectro de la potencial capacidad de autodestrucción de la humanidad.
C.R.D.
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