La publicidad es la poesía del mundo moderno. Como dice Herbert
Marcuse, los valores de la publicidad crean una manera de vivir. En
televisión no hay cuñas publicitarias. Todo es publicidad; una fuerza
omnipresente que programa la vida de los telespectadores,, los dirige y
orienta narcotizándolos. Es un atraco psicológico. Duverger le llama
"alienación con anestesia".
La publicidad, especialmente en televisión, semeja a un iceberg: 3/4 partes están sumergidas. Desde su escondite, sin ser vista, se hace oír curándonos de esa enfermedad sagrada, que es el "pensar".
Desde su escondite asaeta al inconsciente del telespectador, impactando allí donde se acumulan la memoria y los deseos, allí donde se estructuran los automatismos, los instintos y los hábitos. La Publicidad sabe que nuestra actividad subconsciente no sólo es automática, guiada por el principio del placer, sino que está diivorciada de las decisiones racionales. Mientras la lógica y el pensar duermen en el templo de Artemisa, las gentes buscan saciarse como las bestias convirtiendo lo supérfluo en necesidad, en el plano proclive hacia el incremento de las comodidades. Esta es la corriente en la que nada la publicidad. Según Marcuse, las gentes se valoran y se reconocen en sus merecancías; encuentran su alma en su automóvil, en el chalet, en los muebles de su cocina, en su aparato de alta fidelidad.
La publicidad, especialmente en televisión, semeja a un iceberg: 3/4 partes están sumergidas. Desde su escondite, sin ser vista, se hace oír curándonos de esa enfermedad sagrada, que es el "pensar".
Desde su escondite asaeta al inconsciente del telespectador, impactando allí donde se acumulan la memoria y los deseos, allí donde se estructuran los automatismos, los instintos y los hábitos. La Publicidad sabe que nuestra actividad subconsciente no sólo es automática, guiada por el principio del placer, sino que está diivorciada de las decisiones racionales. Mientras la lógica y el pensar duermen en el templo de Artemisa, las gentes buscan saciarse como las bestias convirtiendo lo supérfluo en necesidad, en el plano proclive hacia el incremento de las comodidades. Esta es la corriente en la que nada la publicidad. Según Marcuse, las gentes se valoran y se reconocen en sus merecancías; encuentran su alma en su automóvil, en el chalet, en los muebles de su cocina, en su aparato de alta fidelidad.
La
televisión publicitaria apela a todo. No bastan los estudios de
motivación, ni el milimetrado ajuste de la imagen, ni el añadido
potenciador de una voz exacta. Se refuerza la zona del recuerdo; la
fijación en la memoria se consigue por una frase, una palabra o un
símbolo. Todo lo que pueda decirse simbólicamente y no lógicamente,
mejor que mejor. La publicidad-TV utiliza en un lenguaje totalitario,
una sintaxis muy dinámica, incurriendo en alardes y jactancias. A veces
es tan agresiva, que sólo le falta agarrar por las solapas a aquellos de
quienes desea hacerse oír.
El método básico de la publicidad televisiva consiste en la exageración. Mal está que una pasta de dientes carezca de las cualidades consignadas en su campaña publicitaria, o que los botes de Cola-Cao rebosen con exageración cuando, en el supermecado, vienen por la mitad. Televisión nunca será la responsable. Pero, ¿qué decir de nuestra RTVE convertida en jardín de infancia? Niños y niñas desfilan por la pantalla con la intención de despertar una correlación subconsciente entre el candor infantil y la pureza de lo anunciado.
Pero existen más inmoralidades. Existen otros campos publicitarios que TVE explota incurriendo en un totalitarismo más pernicioso: La publicidad del Poder.. Decir que el poder, desde la televisión, falsifica y mixtifica los valores, es insuficiente. Hay que entender más: Que tal falsificación se institucionaliza.
El método básico de la publicidad televisiva consiste en la exageración. Mal está que una pasta de dientes carezca de las cualidades consignadas en su campaña publicitaria, o que los botes de Cola-Cao rebosen con exageración cuando, en el supermecado, vienen por la mitad. Televisión nunca será la responsable. Pero, ¿qué decir de nuestra RTVE convertida en jardín de infancia? Niños y niñas desfilan por la pantalla con la intención de despertar una correlación subconsciente entre el candor infantil y la pureza de lo anunciado.
Pero existen más inmoralidades. Existen otros campos publicitarios que TVE explota incurriendo en un totalitarismo más pernicioso: La publicidad del Poder.. Decir que el poder, desde la televisión, falsifica y mixtifica los valores, es insuficiente. Hay que entender más: Que tal falsificación se institucionaliza.
Desde el
útero electrónico y paradisíaco de la televisión, el Poder ejerce un
colonialismo ideológico impresionante, ¿cómo? Comerciando
monopolísticamente, bajo la justificación de ser un servicio público. En
RTVE hay mucho de historia ideal y poco de historia verdadera.
¿Es la máscara que TVE elige para enfrentar sus
dilemas, para sonreír frente a la presencia turbadora e interrogativa
de los ciudadanos españoles? Televisión española es publicidad en
coexistencia idílica con el Poder, el dinero y la riqueza.César R. Docampo, catedrático de Filosofía y Periodista por la antigua Escuela Oficial de Madrid.
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