MI TRIBUNA LIBRE
"LA TELEVISIÓN... LUJURIA POLÍTICA" (Primera parte)
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En los comienzos de la Televisión, muchos intelectuales y otras mentes selectas, la miraban despectivamente. De ella dijeron que era "el espectáculo de la degradación", un retorno a la barbarie, el más grande factor de embrutecimiento del siglo XIX. Más tarde se la definía como una bomba de relojería dentro de todos los hogares, escuela de delicto, etc... etc...
La Televisión lo muestra y enseña todo: Cómo debemos peinarnos y limpiarnos los dientes; cómo se besa, cómo se practica el amor, cómo hay que vivir y, si es preciso, morir. En televisión reina aquel principio de la ética prescriptivista, que está vigente en todas las campañas políticas y publicitarias: ¡Yo hago esto, haga usted otro tanto!
Pasado un tiempo, se me ocurre que la televisión no es otra cosa que un alimento a la concupiscencia del hombre, la hedonismo estético y cultural de nuestros tiempos. "No se harta el ojo de ver ni el oído de oír", dice el Eclesiastés. El hombre, ese peregrino de la claridad, tiene el peligro de ser encharcado por la televisión las veinticuatro horas del día. Es la televisión un grifo de imágenes que a todas horas desparrama riñas políticas, riñas publicitarias, entretenimiento y riñas carnales, anulando los momentos para la reflexión, el diálogo familiar y los encuadres del necesario silencio. ¡Y esto es lujuria!, en el sentido etimológico de la palabra.
Descartes, aquel filósofo que inauguró la modernidad, se preguntaba: "Qué suis-je?", y respondía: "Je ne suis qu'une chose qui pense". "Pensar es dialogar con la circunstancia", afirma Ortega. Entre el pensar y la lujuria puede rastrearse un cierto isomorfismo, especialmente cuando el pensar ingresa en el tobogán de la política. Y si el pensamiento político asciende al podium de la televisión, se nos ha convertido en un desenfreno lujurioso.
Aquellos españoles cuyos horizontes abarcaban unos pocos kilómetros y nada querían saber de política, hoy trascienden el ámbito de sus aldeas o pueblos y se interesan por los problemas nacionales, internacionales y hasta cósmicos, por obra y gracia de la televisión. La Televisión despierta discusiones que, al fin y al cabo, se traducen en aprendizaje. Y no sólo ofrece a los ciudadanos un conocimiento de los hechos o fenómenos políticos, sino que nos enseña, además, cómo transcurren esos fenómenos y por qué transcurren como lo hacen. Sólo el hecho de que los telespectadores podamos recibir la imagen y el lenguaje de los políticos, fértil en promesas y apoyado en estímulos emotivos, y nos demos cuenta de cómo, muchas veces, se soslaya la realidad o las argumentaciones serias, ya es suficiente para que surja en nosotros el escepticismo frente a la actuación de nuestros gobernantes.
Peor aún cuando TVE, u otra televisión cualquiera, se vuelcan en fantasiosos seriales, retransmisiones insulsas o programas de entretenimiento para distraer la atención de los verdaderos problemas que tiene el país.
César Rodríguez Docampo, Catedrático de Filosofía del I.B., "Álvar Nuñez". Continuará.
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