La edad de Oro, aquella utopía retrospectiva de los días en que todos los hombres vivían como los dioses, y caminaban y hablaban con los dioses -antes de que la muerte, el trabajo o la separación se introdujeran en el mundo- puede, por cierto, jugar un papel para mantener a todo un pueblo, atrapado en un sueño no relatado para los requerimientos del mundo contemporáneo.
Si usamos modelos de las culturas primitivas, podemos, desde este punto de vista, observar esas culturas en las que la vida se mantiene firme por una visión del pasado, del cual el presente es una pobre copia, un valle de lágrimas donde alguna vez estalló la carcajada olímpica, y también aquellas culturas que arrastran una mísera existencia envueltas en las pequeñas urgencias del presente, y a aquellas otras que se mueven, generación tras generación, hacia el Cielo, que puede ser la Jerusalén celeste "bendecida con leche y miel", la Jerusalén que ha de ser reconstruida y habitada de nuevo, la que uniformó la imaginación de los judíos a través de la Diáspora, o la Jerusalén que debía ser levantada "en la alegre y verde tierra de Inglaterra".
Contra todo esto puede ser colocado el Nirvana, con su insistente comentario sobre la falta de valor en toda la vida terrenal e individualizada.
Dentro de una cultura tan compleja como la nuestra, que se nutre de la herencia de tantos primitivos y olvidados pasados y que ahora tiene disponible un número aún más amplio de "presentes" incomparables e imaginativamente estimulantes, de los relatos de los pueblos cuyas vidas fueron parte de una corriente diferente, -en Africa, en el Oriente y en el nuevo mundo- es obvio que podemos vivir no sólo a partir de distintas e incompatibles visiones al mismo tiempo.
Y los hombres que creen que el último estado de bondad significará la abolición de la identidad, es muy difícil que tomen un activo interés en la salud pùblica. Y aquellos que creen que el Día del Juicio se acerca, cuando el cordero ha de ser separado de las cabras, y todo se destruirá en un holocausto dirigido por una Deidad vengativa, consideran la bomba atómica como un agregado al arsenal del Señor de la destrucción. El fin del Mundo.