Muy pronto hará 46 años, el 20 de Julio de 1969, alunizaba en el Mar de la Tranquilidad el módulo lunar de la misión Apolo 11.
PRIMERO:
El Presidente Kennedy, en su discurso del 25 de Mayo de 1961, se
propuso como un reto de los EEUU llevar a un hombre a la Luna y, de este
modo, ganar en la carrera espacial a la URSS, que les llevaba varios
logros de ventaja en aquella batalla de la Guerra Fría.
En ese discurso dijo a la nación americana:
“Creo que esta nación debe asumir como meta lograr, antes del fin de
esta década, llevar a un hombre a la Luna y hacerlo regresar a salvo a
la tierra”. Y así fue. No fue uno, fueron tres.
SEGUNDO: El ingeniero y su cohete.
La NASA desarrolló el Saturno V para poder lanzar a las “Apolo, que
eran las que finalmente llegarían a la Luna. Al frente del equipo se
encontraba el doctor von Braun, un científico alemán que había
desarrollado para el ejército nazi el cohete V-2 con los que bombardeó
Inglaterra. Después de la Segunda Guerra Mundial, von Braun se puso al
servicio de EEUU., que le perdonó todo su pasado al servicio del
enemigo.
En la imagen, von Braun posa con el Saturno V, que se usó en la misión
Apolo 11.
¿Qué les parece la siguiente reflexión de Wernher von Braun sobre la
ciencia ante la existencia de Dios?
TERCERO: Dimensiones.
El Saturno V medía poco más de 110 metros y pesaba unas 3.000
toneladas. En la imagen, una ilustración para comparar el Saturno V con
la estatua de la Libertad.
Tripulación histórica, de izquierda a derecha:
-El comandante Neil A. Armstrong.
-Edwin E. Aldrin, piloto del módulo Lunar, el “Eagle”, encargado de
alunizar.
-Michael Collins, piloto del módulo de mando, el “Columbia”. Collins es
el que no descendió a la Luna, sino que permaneció en el Columbia
girando alrededor de la Luna a 100 kilómetros de altitud.
En la imagen, los tres posando sonrientes en uno de los entrenamientos
en tierra.
Michael Collins no descendió a la Luna, sino que permaneció en el
módulo de mando circunvalando la Luna a unos 100 kilómetros de altitud.
Mientras Armstrong y Aldrin, dentro del “Eagle”, descendían, se posaban
en suelo lunar... y, al final, realizaban la complicada tarea de alzar
el vuelo para volver a ensamblarse con su nave el “Columbia”..., en todo
ese tiempo, ¿qué hacía Collins? ¿En qué pensaba? ¿Cuáles eran sus
emociones más intensas? Les ofrezco un párrafo tomado del artículo “Los
conquitadores del Apolo 11”, escrito por John Carlin en “El País” del
domingo (17-07-09).
Escribe John Carlin: “El que no estaba participando de la fiesta era
Michael Collins, que después escribiría que le daba a sus compañeros no
más de un 50% de posibilidades de llegar a la Luna, despegar de ella y
reconectar con su nave, la “Columbia”. Collins estaba mucho más nervioso
que sus dos compañeros, aterrado ante la posibilidad (“viví un terror
secreto”, confesaría más tarde) de que recibiera la orden de abandonar a
Aldrin y Armstrong y volver a casa solo. El temor del astronauta lo
compartía la casi totalidad de la especie humana. Si había existido una
cierta duda sobre la capacidad del cohete Saturno de despegar de la
Tierra, mucho más motivo había para pensar que aquel aparato, con pinta
de juguete de lata, carecería de la potencia necesaria para ascender los
100 kilómetros que lo separaban de la “Columbia”. El recuerdo de los
dos astronautas muriéndose en televisión, a cámara lenta, se conservaría
en la memoria de Collins y en la memoria colectiva de la humanidad para
siempre”.
Pero hubo suerte y no fue así.
. . .
Cuando, en junio de 1971 el pintor antequerano (aunque nacido en Torre
Alháquime) Cristóbal Toral se casaba con su mujer Marisa, boda que se
celebró en Illescas (Toledo), Toral nos invitó a la boda a Ascensión y a
mí. A esa boda de Cristóbal Toral también fue invitado y vino el
astronauta Michael Collins. Todo en plan cósmico-astronáutico: El
sobre-postal-invitación, así como el viaje de Madrid a Illescas. Algunos
de ustedes recordarán aquellas imágenes que ofreció TVE al día
siguiente en el telediario, en las que pudimos contemplar a Cristóbal
Toral vestido de astronauta y conduciendo de pie una especie de OVNI
descapotable, rodando desde la Plaza de Colón por el Paseo Recoletos,
Cibeles, Banco de España, Paseo del Prado y bordeando la rotonda de la
Estación de Atocha para salir por el Paseo de las Delicias en busca de
la carretera hacia Toledo, a casarse con Marisa en Illescas.
A Toral, en New York, le decían el pintor cósmico. No porque tanto él
como Jesús Hermida se codeasen con los astronautas, sino especialmente
porque, antes de pintar “La Aduana”, el pintor antequerano tenía
asombrados a los críticos con sus cuadros siderales (paquetes perdidos
en un espacio ausente de coordenadas).
En casa de José María González, Ascensión Junto a Cristóbal Toral:
En el verano de 1970, aprovechando que Toral se había acercado desde
Nueva York hasta Antequera, el joyero José María González (que luego
sería alcalde de Antequera por la UCD), él, su mujer e hija lo invitaron
a cenar en su casa, y nos llamaron a Campillos invitándonos a Ascensión
y a mí para que fuéramos a cenar con ellos y de camino yo hiciera un
reportaje sobre Toral. Cristóbal Toral acababa de ganar el premio
“Blanco y Negro” de pintura, al tiempo que disfrutaba de una beca Juan
March para ampliar estudios y trabajar en Nueva York. En ese mi primer
encuentro con Toral, durante casi dos horas de conversación entre los
dos, recogí material suficiente para tres artículos que publiqué en “Sol
de España” y “Pueblo”. En aquella interesantísima conversación, el
selvático y muy rústico humanista e inmenso genio por nombre Cristóbal
Toral, hablándome de su amigo el astronauta Collins, vino a exponerme
esos mismos momentos de los que habla John Carlin. Y me dijo que él, en
una de aquellas tantas conversaciones con Collins, le había dicho:
“Vamos a ver, amigo Michael, tú allí solo, dando vueltas alrededor de la
Luna..., ¿tú qué hacías, en qué pensabas, cuál era tu emoción más
fuerte? Y me dice Toral que le había dicho Collins: “Escúchame bien...
yo estaba viendo la planicie de la Luna en una especie de travelling
circular, dando vueltas a su alrededor. Casi tocaba la Luna con las
palmas de las manos. La tenía muy cerca de mí... y, allá, muy lejos,
pero que muy lejos, estaba viendo a la Tierra. Mi emoción más fuerte, la
más impresionante, la más capital y transcendente, no era sentirme
cerca de la Luna, sino lejos de la Tierra”.
Y añade Cristóbal Toral:
-¡Hay que ver, amigo César; cuando todo un astronauta, con esa su
escandalosa vocación hacia el espacio y, sin embargo, se siente tan
aferrado a la Tierra, ¿cómo estaremos los demás...? ¡Aferradísimos!
El contenido de aquella distendida conversación lo publiqué, por
entregas en Sol de España y Pueblo. Cristóbal Toral, en agradecimiento,
pintó un cuadro que me dedica de su puño y letra. El cuadro representa a
un hombre (yo) sentado en un sillón y desintegrándose, ascendiendo
hacia el espacio... hasta convertirme en un cuerpo sideral.
Esta humanidad ha conquistado la Luna, pero ignora lo que tiene a su
alrededor.
Somos terrestridad.
César R. Docampo
PRIMERO:
SEGUNDO: El ingeniero y su cohete.
César R. Docampo